lunes, 21 de diciembre de 2009

Acerca de competir para salvar la tierra

En un artículo reproducido en este blog a continuación, Thomas Friedman plantea con cierto pragmatismo, y sin duda racionalidad, que el camino "deseable" (y realizable) que avizora ante la inexorable realidad del cambio climático es el de la competencia entre gigantes (EEUU, China, Europa, Japón) por el liderazgo de la nueva gran industria global, que correctamente "incentivada" hacia la sustentabilidad, al uso de energías renovables, etc., provocará la reacción del mercado ("padre codicia"); reeditando (metafóricamente) la pelea por ser el primero en llegar a la Luna.

Creo que en un mundo de innovación creciente, los países más pequeños (que no entramos en la categoría de gigantes) tendríamos mucho por hacer. Por un lado, no perder la oportunidad de desarrollar una industria sustentable, limpia y, fundamentalmente, diseñada para funcionar integrada en la economía regional (sea este ámbito el MERCOSUR, UNASUR o los acuerdos que se gesten en el futuro), de modo que Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, próximamente Venezuela y también Chile y Bolivia (por los acuerdos 4+1), por ejemplo, sean un territorio único de intercambio y producción para la exportación extrazona.

Por otro lado, es indudable la necesidad de reforzar la inversión en I+D+i aplicadas, porque es en este campo en el que podemos ser competitivos y acortar brechas frente a los países desarrollados, e inclusive generar tecnologías para exportar (un ejemplo es el programa nuclear argentino, referente mundial en uso civil de esa energía).

En síntesis, el artículo de Friedman, pensado con una visión nacional: cómo puede EEUU liderar, seguir siendo la primer economía mundial y a la vez contribuir seriamente a mitigar el calentamiento global, el cambio climático, debe motivarnos a reflexionar sobre la importancia de que los países menos desarrollados alcancemos niveles de desarrollo tecnológico limpio, que nos permitan ser referentes y, a la vez, generar bienestar e inclusión.

Competir para salvar la Tierra

La Nación, 21-Dic-2009 (Traducción: Jaime Arrambide)

Por Thomas Friedman (The New York Times)
 
COPENHAGUE.- Creo desde hace mucho tiempo que existen dos estrategias básicas para lidiar con el cambio climático: la estrategia del "Día de la Tierra" y la estrategia de la "Carrera por la Tierra". La cumbre del cambio climático de Copenhague estuvo basada en la estrategia del Día de la Tierra, y dejó bastante que desear. El resultado de la conferencia es una serie de compromisos confusos, condicionales y limitados, y no queda para nada claro si ayudarán a mitigar el cambio climático a la velocidad y a la escala que necesitamos.

De hecho, quien haya observado la caótica "organización" de la conferencia y las trifulcas entre delegados que marcaron su cierre podría preguntarse si este proceso de 17 años promovido por las Naciones Unidas para construir un marco global que permita hacer retroceder el calentamiento global no se ha roto: demasiados países -193- y demasiadas partes en movimiento. Me voy de aquí con la sensación cada vez más fuerte de que, por el contrario, Estados Unidos debe concentrarse en su propia estrategia de Carrera por la Tierra. Permítanme explicarlo.
Según la estrategia del Día de la Tierra, la mayor amenaza que enfrenta la humanidad es el cambio climático, y nosotros, como comunidad global, debemos cerrar filas y atacar este problema con un mecanismo global que permita codificar y verificar las emisiones y reducciones de dióxido de carbono de todos los países, transfiriendo miles de millones de dólares en tecnologías no contaminantes a los países en vías de desarrollo para ayudarlos a unirse a esta lucha.
Pero como señaló el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, en la conferencia, la estrategia del Día de la Tierra sólo funciona "si los países son responsables en el cumplimiento de sus objetivos" y si las naciones ricas realmente ayudan a las más pobres a adquirir fuentes de energía no contaminantes.
Con el actual clima económico mundial, eso nunca podría ocurrir. La única manera de que suceda sería que tuviésemos una "tormenta perfecta", una tormenta lo suficientemente fuerte como para poner fin al debate sobre el calentamiento global, pero no tan fuerte como para causar el fin del mundo.
Mientras no se produzca una tormenta como ésa, que literalmente divida las aguas del mar Rojo y haga entrar en razón a todos los que dudan del peligro claro e inminente que implica el catastrófico cambio climático, seguirán siendo muy poderosas las presiones internas en cada país para evitar la reducción y verificación que impone la ley para las emisiones de CO2.
¿Esto implica que la estrategia del Día de la Tierra es una pérdida de tiempo? No. El proceso iniciado por las Naciones Unidas es valioso, pues ha generado una comprensión científica del tema del clima y ha significado un llamado general a la acción. Y el mecanismo que esta conferencia ha puesto en marcha y que permite que los países desarrollados y las empresas compensen sus emisiones de gases ayudando a financiar la protección de las selvas tropicales, si llega a funcionar, sería de enorme valor.
Un gran tema
De todos modos, yo sigo estando a favor de la Carrera por la Tierra. Creo que evitar la catástrofe del cambio climático es un tema de gran magnitud. El único motor lo suficientemente poderoso como para lograr un impacto efectivo en la Madre Naturaleza es el Padre Codicia: el mercado. Sólo un mercado regulado, con incentivos que estimulen innovaciones masivas en fuentes de energía limpias y no contaminantes, es capaz de hacer mella en el calentamiento global. Y ningún mercado puede hacerlo mejor que el mercado norteamericano.
Por lo tanto, los partidarios de la Carrera por la Tierra deben concentrarse en lograr que el Senado norteamericano apruebe una ley energética que grave a largo plazo las emisiones de carbono, para que el país se convierta realmente en líder mundial en tecnologías no contaminantes. Si predicamos con el ejemplo, muchos nos seguirán por imitación, y no obligados por un tratado de las Naciones Unidas.
Durante la Guerra Fría, tuvimos la Carrera Espacial: ¿quién sería el primero en llevar a un hombre a la Luna? En esa carrera competían sólo dos países, y sólo podía haber un ganador. Hoy es necesaria la Carrera por la Tierra: ¿quién es capaz de inventar las tecnologías menos contaminantes para que hombres y mujeres podamos vivir a salvo aquí, en la Tierra?
Quizá lo mejor que podría haber hecho el presidente Barack Obama aquí, en Copenhague, era dejar en claro que Estados Unidos se propone ganar esa carrera. Lo único que tenía que hacer, durante su discurso, era mirar a los ojos al primer ministro de China y decirle: "Voy a lograr que nuestro Senado apruebe una ley de energía que grave las emisiones de carbono para llevarles la delantera en tecnologías no contaminantes. Esa es mi apuesta. Que empiece el juego".
Porque si logramos que Estados Unidos compita con China, que China compita con Europa, que Europa compita con Japón y que Japón compita con Brasil, podremos reducir rápidamente la curva de innovación-fabricación y abaratar los costos de autos eléctricos y baterías solares y eólicas, para que ya no sean productos de lujo para las naciones ricas sino artículos de consumo que las naciones del Tercer Mundo pueden usar y hasta producir.
Si uno empieza la conversación con la palabra "clima", quizá tenga el apoyo de la mitad de los estadounidenses. Si uno empieza con la idea de dar nacimiento a "una industria completamente nueva" -una que nos haga independientes energéticamente, prósperos, seguros, innovadores, respetados y nos permita superar a China en la próxima gran industria global-, uno tendrá el apoyo de todo el país. Por una buena razón: aunque el mundo no se caliente un grado más, las proyecciones indican que de aquí a 2050 la población mundial crecerá de 6700 millones a 9000 millones, y serán cada vez más quienes quieran vivir como los norteamericanos. En ese mundo, la demanda de energías no contaminantes y automóviles y edificios eficientes se disparará hasta el cielo.
Y una Carrera por la Tierra liderada por Estados Unidos -una carrera basada en los mercados, en la competencia económica, en los intereses nacionales y las ventajas estratégicas- es una manera mucho más autosustentable de reducir las emisiones de carbono que un festival de compromisos voluntariosos y no vinculantes surgidos de una conferencia de las Naciones Unidas. Que la Carrera por la Tierra comience.